CYRANO DE BERGERAC-EDMOND ROSTAND
Para este numeral se me ocurrieron dos opciones. Esta pieza teatral basada en la vida de Cyrano de Bergerac, o el Ricardo III de Shakespeare. Esta última se me hacía la perfecta versión de un hombre que lo gana todo para perderlo poco a poco e irremediablemente. Pero noté que Ricardo no sabe perderlo con gracia, con maestría, sino que se ve acorralado por las circunstancias.
En cambio, Rostand, nos muestra un Cyrano que por su gran amor acepta la mayor derrota, logra el mayor sacrificio que se le puede pedir a un amante, sobre todo a un amante-poeta. Retirarse de la vida de su amor, tomar un diáfano segundo lugar, en favor del rival, en favor del otro que buscó lo que él, el corazón de Roxanne.
Lo mejor, es que Cyrano sabe que ha perdido, lo sabe desde que Roxanne le habla tanto y tan bien de Christian, desde que se lo recomienda, desde que le pide vehementemente que lo cuide. Desde ahi, Cyrano sabe que sólo puede ser un segundón, un alterno. Y es tanto su interiorización de la derrota que tiene la nobleza de ayudar al ganador. Gracias a él, Christian consigue enamorar aún más a Roxanne. Les ayuda para que se casen, y le escribe cartas en su nombre desde el campo de batalla.
Claro que sí las cosas se hubieran dado, seguramente Roxanne y Christian hubieran terminado odiándose, pues ella no hubiera encontrado al poeta apasionado que terminó de enamorarla con sus palabras, y él se hubiera desesperado por obtener algo sin haber hecho mayor cosa para merecerla.
Pero no ocurrió esto. Christian murió casi mártir a los ojos de Roxanne, y desde entonces supo Cyrano que su derrota era total. Y aún así siguió consolando a su amada en su claustro autoimpuesto, viéndola a lo largo de los años como lloraba por la memoria del ganador, todo porque (parafraseando) aunque fueran sus lagrimas en esas cartas, era la sangre de él la que selló el secreto.
Por eso esta obra, este personaje como ninguno es quien nos enseña a perder con nobleza de espíritu.
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