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Las flores violetas (1)

El sátiro Bdelieros odiaba el brillo suave y sosegado del sol al amanecer, detestaba el jolgorio vivaz de las aves en la mañana, no soportaba los jugueteos de los ciervos al mediodía, ni se conmovía ante la belleza de las rosas, ni gustaba de escuchar la flauta de Pan, ni del canto de las sirenas, no era contagiado por la alegría que lo rodeaba, y nadie lo había visto nunca suspirar o sonreír.
Por lo único que Bdelieros salía de la cueva que le servía de vivienda, era para recolectar flores, y no para usarlas para alguna clase de adorno, sino que le gustaba guisar el conejo con flores de todos los colores, aunque había notado que siempre tenía mejor sabor con las que eran de color violeta.
Bdelieros iba directo a un paraje floral siempre repleto, aunque estaba alejado de su cueva. En el trayecto no hablaba con nadie, ni se detenía a contemplar nada. El campo de flores estaba en un valle cercano a los Montes Blancos, y el contraste de ese caleidoscopio de colores con el fondo frío y blanco era muy bello, algo que no le causaba ninguna impresión al sátiro.
Un día en especial, que Bdelieros había ido a recolectar flores para su cena, sucedió algo que le cambió la vida a dos personas necesitadas de cariño. Bdelieros arrancaba sin miramientos las flores de la tierra, poniéndolas sin el menor cuidado en un saco sucio que llevaba atado a la cintura. En eso, escuchó un sollozo muy bajo, casi un susurro, en un primer momento pensó que era efecto del viento gélido de la montaña entra las plantas, pero pudo ver la pequeña creatura que lloraba a corta distancia de donde se hallaba. Su primer impulso fue alejarse ya que no le importaba esa creatura, pero sintió curiosidad pues no era común que se encontrara con gente triste, siempre se hallaba con personas con estúpidas sonrisas en el rostro, que saludaban a todo el mundo sin ver a nadie a los ojos, para Bdelieros la tristeza era más honesta que la alegría, por ello decidió acercarse a ese ser triste y sollozante.
La creatura era una pequeña niña que estaba sentada sobre rosas rosadas y con las manos cubriéndose el rostro, lloraba y se lamentaba. La pequeña llevaba un vestido rojo que combinaba con su cabello carmesí, que estaba arreglado con una diadema dorada, su piel blanca daba un tono aún más encendido a su cabello y al cuello llevaba un medallon con símbolos que el sátiro desconocía. Al sentirse observada, la niña alzó la vista y se asustó al contemplar al sátiro que la examinaba de pies a cabeza, por lo que Bdelieros le dijo:
-No te haré daño niña - la voz del sátiro era aspera y desacostumbrada por la falta de uso - en este momento de dejo a solas para........
-¡Por favor, no se vaya! - casi grito la niña con una voz tierna y clara que hizo a Bdelieros detenerse - le pido que no me deje sola.
-Lo siento, no puedo quedarme, estoy ocupado y realmente no me interesa......
-Sé que debe estar ocupado señor - volvió a interrumpir la pequeña, como si no se diera cuenta de los gestos de desagrado del sátiro - veo que usted cuida este bello jardín, limpiándolo de flores marchitas - señalando el saco abierto de Bdelieros. Éste, sorprendido, sólo alcanzó a asentir con la cabeza, luego la pequeña continuo ya mas calmada - quisiera preguntarle algo, ¿cómo se llaman estos colores?
La preguntó confundió al sátiro, ¿podía existir un ser inteligente que desconociese los colores y sus nombres? al parecer si, y estaba frente a él. La niña leyó la expresión de Bdelieros y dijo:
-Señor, dejeme explicarme, de donde vengo sólo existen el blanco del hielo, el negro de la noche, el gris de la tormenta, el amarillo del oro y el rojo del fuego. No nos enseñan los nombres de los demás colores porque realmente no los necesitamos. Pero al visitar este jardín puedo ver este increíble tesoro de texturas que para mi son desconocidas. Por ejemplo, esas rosas marchitas que salen de su maleta, ¿qué color son?
Bdelieros vio su maltrecho saco y dijo:
-Son flores color violeta.
-¡Violeta! - la niña repitió la palabra llena de alegría, como si le hubieran regalado un juguete nuevo.
En ese instante se escuchó a lo lejos el sonido de un cuerno viejo y digno, distante pero muy presente. La pequeña se asustó al distinguirlo, se levantó de un salto y atropelladamente le dijo a Bdelieros:
-Disculpeme señor, pero debo irme. Pero prométame que mañana estará aquí otra vez, quiero preguntarle tanto, por favor digame que vendrá, ¿Si? Nos veremos a media tarde - la niña empezó a correr hacia los Montes Blancos, cuando se detuvo y dijo rapidamente - ah, y mi nombre es Ihzé.......
Bdelieros no supo que decir en todo este rato, no se dio cuenta pero había aceptado la cita de mañana pues no había dicho nada cuando esa pequeña se lo había pedido. Y cuando su pensamiento se había articulado para una negativa rotunda ya no pudo ver a Ihzé.
Al día siguiente, temprano en la mañana, Bdelieros no podía sacarse de la cabeza a la preciosa y simpática pequeña, aunque repetidamente se decía. "no irás, no irás, no tienes porque ir"
Antes del mediodía buscó muchas tareas que hacer para distraerse; cazó pajaritos con su cerbatana, se cortó los vellos más largos de su pecho, se preparó el más complicado de los platos en su restringido menú para almorzar, pero no pudo dejar de ver la imágen de la niña pelirroja sola en medio de las flores y, seguramente, llorando por la decepción de no hallarlo ahí.
Bdelieros se pudo a reflexionar porque Ihzé le parecía tan especial. Era bonita, pero palidecía ante las ninfas que él había visto, no podía juzgar su personalidad, casi no había hablado con élla, aunque notó que era muy refinada. Luego se le ocurrió que élla era la primera persona que, al conocerlo, no quiso cambiar su estado de animo, nunca le dijo toda esa palabrería barata, dicha sin fundamento como: "alegráte amigo", "vamos, Bdelieros, cambia esa cara", "sonríe, hay tanto por lo que agradecer", etc. Todos ellos siempre viendo en Bdelieros un ser necesitado, y nunca esperarían algo de él para sus vidas "perfectas". En cambió, Ihzé, había solicitado su ayuda sin importarle su mirada distante, su tosca voz, sus ademanes grotescos. Eso fue distinto con élla.
Después del mediodía, Bdelieros se venció a sí mismo y tomó rumbo al campo de flores. Al llegar éste brillaba con todos los colores del arco iris, en contraste del monótono azul del cielo. Claro que Bdelieros no contempló esto, sólo paso de largo buscando a Ihzé con la mirada. Al encontrarla, la dulce niña llevaba un sobrio vestido blanco que reflejaba los múltiples colores, tenía el pelo ígneo recogido en una magnifica trenza y siempre con la diadema dorada sobre su frente.
-Hola - dijo el sátiro entre apenado consigo mismo
-Hola señor - Ihzé lo miró sonriente con sus bellos ojos negros llenos de expectación
-Primero Ihzé, mi nombre es Bdelieros, no soy nadie para que me trates de señor, soy un sátiro común que vive en su cueva solo y sin molestar a nadie, cazo y cosecho lo que necesito y así transcurre mi vida. Ahora tú, hablame de tu vida.
-Pues verá, señ..... Bdelieros - Ihzé lucía incomoda, habló despacio como tratando de hallar las palabras correctas - soy una de las doncellas que sirven el Palacio de Imer en la cima de los Montes Blancos, donde reina el Señor del Oeste. Mi trabajo es cuidar de las mascotas del Señor, que son unos lindos cachorros de oso de la nieve. El sonido del cuerno es un aviso para que toda la servidumbre de Palacio nos reunamos en el gran salón a recibir las ordenes para el día siguiente. Yo casi siempre en la tarde puede escaparme y un día encontré este bello lugar, pero al ver tantos colores y no conocerlos me puse a llorar, que fue cuando nos conocimos.
Ihzé había contado aquello pensativa, como dudando, pero Bdelieros, al no tener gran experiencia en charlas con otras personas, no capto esos cambios de tono, ni la duda en la niña que no sabía ocultar, por ello el sátiro concluyó que todo debía ser cierto.
-Ahora digame Bdelieros, ¿cómo se llama el color de este cielo que nos cubre tan inmenso?
-Ese es el color azul, igual que el océano.
-¿Qué es eso?
-Es cierto, seguramente no lo conoces - tampoco Bdelieros conocía el océano, pero había oído tanto a Pan hablar de esa extensión casi infinita de agua, que parecía acariciar el firmamento y ahogar al sol, que le dió la misma descripción a la niña.
Luego la plática siguió mencionando las diferentes cualidades del azul, luego Ihzé flores que se parecían a sus diadema pero en colores más vivos, entonces el sátiro le explicó que los colores tienen diferentes tonalidades, desde al amarillo brillante, hasta el dorado, igual, el azul oscuro, el azul cielo, etc. Y así se pasaron la tarde, el cuerno sonó e Ihzé, esta vez más tranquila, se despidió del sátiro e implicitamente supieron que se verían al día siguiente. Al marcharse, Bdelieros la siguió con la vista, cuando la niña estaba lejos, al pie de la montaña, donde ya había un poco de nieve, al llegar ahí, Ihzé se detuvo se paró en la nieve, abrió los brazos y se disolvió en élla. Bdelieros se asustó al ver aquello pero imaginó que era alguna clase de magia de ese reino de los hielos eternos.
Al día siguiente se lo confirmaba Ihzé:
-Esa es una habilidad que todos los del reino de Imer poseemos, podemos disolvernos en la nieve y viajar en ella rápidamente y a grandes distancias, siempre que haya nieve. Por eso puedo esperarme hasta que el cuerno toque porque sé que puedo llegar temprano.
Después siguieron charlando, Ihzé le contó que había estado recordando los colores que había aprendido, y como al pensar en el azul se sentía como pequeña, meláncolica, pero sin estar triste, y al imaginar el amarillo brillante sonreía. Bdelieros le dijo:
-Eso pasa Ihzé, porque me han dicho que los colores son representaciones de nuestras almas y de nuestras emociones. Es como si digamos que podemos cambiar de color dependiendo de nuestro humor, si estuvieramos felices fueramos amarillos, enojados todos grises o rojos, y como distantes, azules.
-Ah, entonces yo sería un amarillo muy brillante, y usted, ¿qué color sería?
-Mmmm, creo que el violeta - Bdelieros no sabía qué responder, ¿cuál es el color de la amargura? no supo que decir y pensó en la flores de la vez anterior.
Al sonar el cuerno, ya habían imaginado muchos otros colores, incluido el verde que el sátiro relacionó con la esperanza. Ihzé le dijo que volvería hasta dentro de dos días pues habría actividad en el Palacio, llegarían Odin y Thor como señores de Asgard a rendir tributo al Señor del Oeste, hijo de la Eón del Agua. Se despidieron y Bdelieros supo que la espera de dos días sería muy larga.
Y así siguieron viéndose, platicando de colores, sueños, miedos y esperanzas. Bdelieros dejo de fruncir el ceño por cada cosa y, a las semanas de su primer encuentro, Ihzé logró que se riera. Fue una risa inexperta, sonora, burlona, graciosa en sí misma y por eso mismo muy contagiosa.
Pasaron los meses casi sin notarse, pues los momentos felices diluyen el tiempo que carece de rencores que lo atrasen o melancolías de donde aferrarse. La risa de Bdelieros e Ihzé resonaba por todo el jardín florido y hasta otras creaturas llegaban de vez en cuando a gozarse de tal dicha. Un día fueron los unicornios juguetones, otro el mismísimo Pan con su flauta y hasta Krishna bajó a bailar con la extraña pareja de buenos amigos.

Un día todo acabo.
Cuando las luces crepúsculares machaban de granada las cimas eternamente nevadas de los Montes Blancos, Ihzé y Bdelieros estaban tan embelesados con sus juegos, sus colores y emociones que ninguno reparó en la ausencia del sonido del cuerno. Cuando se dieron cuenta fue hasta que el sol ya moría entre la cordillera. Ihzé se alarmó e intentó correr, pero un viento helado la detuvo.
El jardín florido fue abatido por un fuerte viendo gélido, cuyas rafagas lo atravesaron por todos lados. Los dos amigos se abrazaron, Bdelieros sin saber que pasaba quería proteger a su amiga, Ihzé, abrazaba muy fuerte al sátiro porque sabía muy bien que significaba aquello. Por eso no se sorprendió como su amigo al ver materializarse frente a elllos dos pequeñas figuras vestidas con armaduras doradas y blandiendo espadas de hielo.
Los duendes de la nieve fijaron su helada mirada en Bdelieros, quien colocó a Ihzé detrás de su cuerpo para defenderla de cualquier reprimenda por su tardanza. En eso, entre los belicosos duendes, surgió una figura, un hombre alto y con una majestad incontestable, sus cabellos eran negros y su rostro sobrio y sereno, llevaba una túnica negra muy larga, y en la mano izquierda un cetro de oro, rematado con un diamante. El recién llegado habló, y su voz parecía el retumbar de los Montes Blancos:
-Ihzé, ¿qué haces aquí?, sabes que tienes prohibido salir de Imer, eres muy pequeña y no puedes arriesgarte a.....
-Señor - Bdelieros sintió que debía excusar a su amiga - élla ha estado a salvo, yo he hecho todo lo posible para..........
-¡Silencio! - rugió uno de los duendes de la nieve y apuntó su espada de hielo hacia el sátiro - No te atrevas a hablarle con esa naturalidad a tu Señor. Muestra el respeto o prueba el hielo de la muerte.
-No le hagan daño - Ihzé se interpuso entre la espada y Bdelieros con los brazos extendidos, al instante el duende bajo el arma e hizo una reverencia, luego Ihzé empezó a hablar con un tono de autoridad que nunca había demostrado - mi amigo no sabe que esta hablando con su Señor, él ignora quien soy, y es cierto que me ha protegido siempre por lo que deberían de estarle agradecidos - luego se volvió hacia un consternado Bdelieros que la miraba transfigurada de poder - Sé querido Bdelieros que te mentí, mi buen amigo, no soy una doncella del Palacio, lo hice por miedo y no por maldad. Soy Ihzé, y este es mi hermano mayor, el Señor del Oeste, ambos somos hijos de la Eón del Agua, y estoy destinada a gobernar sobre Imer y a nunca salir de ahí.
Bdelieros no terminaba de entender lo que su única amiga le decía, mientras le tomaba las manos temblando. Sólo quería protegerla, evitarle sufrimientos o castigos. La abrazó, y el viejo sátiro soltó una lagrima, la primera, la más pura, la más sincera. Ihzé estiro sus dedos y congeló esa pequeña lagrima, conviriténdola en cristal.
-Querida hermanita - El Señor del Oeste hablaba más calmadamente - yo ordené que no se tocara el cuerno hoy, para ver si llegabas al servicio, y al notar tu ausencia envíe a estos duendes a buscarte. Veo que esta creatura de verás te quiere por eso no le haré nada, pero es hora que aceptes tu destino, despídete, ya que nunca lo volverás a ver.
Bdelieros abrazó a la niña tratando de no soltarla, jurando que tendrían que arrancarle los brazos para que la soltara, pero Ihzé le acarició el rostro con su mirada tierna y triste, como el primer día y sus manitas le dibujó una sonrisa en los labios, con esto el viejo sátiro la soltó suave, resignadamente. Ihzé sólo le dijo, "recordemos el violeta, el azul, el amarillo y el verde, sobre todo el verde". Bdelieros no entendió pero tampoco podía articular palabra alguna, cuando Ihzé finalmente le dijo "gracias" el sólo pudo balbucear lo mismo. La princesa de Imer avanzó hacia su hermano y su guardia, al estar junto a ellos, todos desaparecieron dejando el jardín florido como si nada hubiese pasado.
Entonces Bdelieros entendió las palabras que le había dicho Ihzé, "el verde es el color de la esperanza", y las lagrimas que le nacían en los ojos se ahogaron en una leve sonrisa esperanzadora.

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