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Israfel



-¿A qué huelen las rosas azules?
Dijo un pequeño gnomo con ropa azul y ojos claros y despiertos de curiosidad. Se hallaba sentado, apretujado en el atestado Árbol Gigante, cuyo tronco hueco servía de auditorio, entre una multitud de gnomos de todas las edades, los cuales estaban observando al pequeño insolente que se había atrevido a interrumpir al Narrador. Entonces esos mismo indignados oyentes giraron su vista hacia la pequeña tarima natural frente a ellos y al personaje angelical parado en medio de ésta, quien tenía su mirada beatífica puesta en el pequeño y curioso gnomo...


El Ángel Israfel, uno de los siete arcángeles de la corte celestial, era asiduo visitante del Bosque de los Árboles Gigantes, con sus palacetes de madera, literalmente tallados en los tronco voluminosos y conectados entre sí por puentes colgantes que aparentaban ser muy frágiles pero que, en realidad, eran muy resistentes. El Ángel Israfel se quedaba ahí durante semanas, casi siempre para meditar, intecambiar unas cuantas palabras con los gnomos, inocentes creaturas, quienes habitan el Bosque, y para entonar con su laúd extrañas canciones llenas de melancolía y añoranza. Estas composiciones resultaban extrañas ya que las creaba un ser que se supone estaba en presencia perpetua de la Fuente de la Alegría Divina, y aún así era capaz de componer piezas musicales hermosamente tristes. 
Los gnomos, sus anfitriones, siempre lo trataban con respeto y a menos que les dirigiera la palabra lo dejaban tranquilo, nunca le preguntaban la razón de sus canciones meláncolicas, en privado las atribuían a que el ángel extrañaba su hogar celestial cuando descendía a su humilde comarca. Por ello buscaban tenerlo satisfecho y obedeciéndole en todo para que su estancia en los Bosques Gigantes (que juzgaban le era impuesta) le resultara lo más placentera posible.
Al Ángel Israfel todas estas atenciones lo apenaban pues juzgaba que se convertía en una molestia para sus anfitriones, que llegaba a perturbar su tranquila existencia por lo que volvía breves sus visitas. Hasta que un día por casualidad supo que a los gnomos les encanta oír historias, pues al ser una raza muy tranquila y sedentaria no sabían mayor cosa de la tierra del Ensueño, por lo que tenían una ávida curiosidad por todo aquello que ocurriera más allá del Bosque de los Árboles Gigantes. Entonces el Ángel Israfel organizó momentos muy sencillos, en los cuales se ponía a narrar a sus anfitriones todas las experiencias que había vivido, tanto en el Ensueño como en otras tierras que visitaba en su ministerio angelical. Los gnomos se hallaban encantados, extasiados ante este inmerecido obsequio y la fama de dichas narraciones comenzó a extenderse por toda la región.
Al inicio, las reuniones eran sencillas y consistían en un grupo selecto de gnomos (los más sabios y de puestos encumbrados) que oían muy concentrados las historias referidas por el Ángel. La idea era que estos nobles personajes reprodujeran lo que escucharan al resto de los gnomos. Pero la fama de estos momentos, y la creciente ansia y curiosidad de los gnomos por escucharlas directamente del Narrador, para no perderse no sólo de sus palabras, sino también de sus gestos y expresiones, llevaron inevitablemente a que el público creciera exponecialmente. Por esto los gnomos decidieron dirigirse a uno de sus mayores y más antiguos Árboles para perforarlo y tallar un auditorio digno del Ángel Israfel. Mientras lo construían los gnomos entonaron una bella canción de consuelo y agradecimiento para el Árbol que así se donaba a sus deseos.
El gran auditorio asemejaba una cueva pero en madera, de forma concava y con bajorrelieves en las paredes, que mostraban imágenes de la vida pastoril y agrícola que era la única que conocían los gnomos del Bosque, en la boveda superior se habían colocado grandes cristales que reflejaban la luz solar que entraba por unos gigantescos ventanales a la misma altura, no había luz artificial pues los gnomos hacen poca vida nocturna. Con este edificio digno, las Narraciones se volvieron una tradición y un compromiso ineludible (realmente el único "evento social") en toda la región del Bosque de los Árboles Gigantes. Para el Ángel Israfel todo esto parecía un poco excesivo, pero no quiso contradecir a sus anfitriones y se entregó al hecho de entretener a decenas de gnomos con sus historias, quienes las oían arrebatados y en total silencio.
Así fue como los gnomos se enteraron del Paraje de la Desolación, una tierra árida, donde los cielos permanecen oscuros sin vistas de sol alguno, surcados de nubes negras cargadas de lluvias ácidas y repletas de la ceniza de una cadena de volcanes siempre activos, que exhalan al ambiente su aliento sulfúrico. Supieron que ahí habitaban, en las cuevas de esa siniestra cordillera, los seres más tenebrosos del Ensueño: la gargolas, las arpías, la Medusa y su cabello serpentino, los indómitos dragones rojos, el Grifo, el Abuelo y la Abuela del Alba, etc.
Supieron los gnomos de las últimas guerras que se vivieron en el Ensueño entre creaturas mortales. Se enteraron como las Amazonas lucharon contra los Nonulkas en guerras que se extendieron por generaciones, en una rivalidad que los llevo a la extinción.
Hasta que finalmente llegó un día, en el que el auditorio estaba especialemente lleno, pues la época de cosecha había pasado y muchos gnomos se hallaban con mas tiempo libre. Ese día los espectadores se apiñaban desde las grandes puertas macizas tallada con motivos florales hasta la escalinata por la que se subía a la sencilla pero imponente tarima. Para calmar a esa multitud, el Ángel Israfel comenzó su historia sobre la Laguna de Luz y Brillo, el lugar más maravilloso del Ensueño, una hermosa laguna con el agua más cristalina que pueda imaginarse, que en sus orillas crecen los árboles frutales mas fértiles y con frutos más deliciosos de todos los mundos visitados por el arcángel.
Pero éste pedazo del perdido Éden tenía un riesgo, un obstáculo para su disfrute. La Laguna de Luz y Brillo se hallaba al centro de un gigantesco campo de rosas azules........ ante la mirada inquisitiva de los presentes, el Ángel Israfel se explicó: una rosa azul es el objeto más preciado de todo el Ensueño, los dioses y los Eones la utilizan como el obsequio máximo, pues su aroma es totalemente avasallador, celestial, único. El problema era que estas rosas solo crecen en ese campo alrededor de la Laguna de Luz y Brillo, pero cuando cualquier ser que no sea una ángel, o un Eón intenta llegar hasta ahí, simplemente no puede tolerar tantos aromas magníficos juntos................... fue en ese momento que surgió la voz pequeña pero muy definida del pequeño gnomo:
-¿A qué huelen las rosas azules?
Luego de la sorpresa general, el Ángel Israfel sonrió al gnomo curioso y respondió:
"¿Cómo puede describirse la luz crepuscular del horizonte, cómo puede relatarse vivamente cuando te sabes enamorado, cómo describir el sentimiento de añoranza que se tiene por la patria lejana? Si todo eso pudiera ponerse en palabras, aún así no bastaría para narrar lo que se siente al oler una tan sola rosa azul. Es como si la felicidad, la belleza, la bondad, tuvieran aroma, y con éste se manufacturara un perfume y fuera usado por la persona que más amas en el mundo, es la fragancia de todo aquello que quisiste, quieres y que en ese preciso momento lo tienes frente a ti"
Todos lo gnomos quedaron extasiados, perdidos e imaginando un aroma que nunca habían conocido, soñándolo cada uno de mil formas distintas. En eso el Ángel Israfel dijo:
"Ahora, imaginen tener todo eso por centenares, rosas azules a caudales, un mar de felicidad, un océano de alegría. ¿Qué harían?............ Nada, simplemente quedarse ahí y disfrutarlo. Pues eso es justamente lo que le pasa a los pobres condenados y aventureros que han llegado hasta el campo de rosas azules, siguen ahí, quietos, aparentemente sin vida, ahí están, incluso ahora que les cuento esto. Yo mismo he visto a decenas de seres: centauros, caballeros alados, sátiros, Ifrits, y hasta antiguos mortales, que yacen entre las rosas azules, ausentes, perdidos, totalmente suspendidos por la arrebatamiento casi místico. Todos ellos tienen rostros de felicidad, sus cuerpos ya no envejecen ni se mueven y nadie ha podido moverlos y sacarlos de ahí. Los antiguos Nonulkas la llamaban la Muerte feliz, pues aunque parezcan desdichados y yo mismo los llamé condenados, realmente ellos gozan de una felicidad sin fin."

El Ángel Israfel calló, y vió como todos los presentes suspiraban lenta, pausadamente, como si a través de las palabras hubieran podido siquiera sentir a distancia esa Muerte feliz, tan perversamente atrayente...

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