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El hambre

1

¡Tenía hambre! Llevaba días de no comer bien, sólo sobras encontradas en el camino y que debían repartirse con su papá, mamá y hermanos más pequeños. Los Otros habían escondido muy bien la comida, cada vez era más díficil hallar algo. Él y su familia tenían que ser cuidadosos, solo hacía unos días su hermana menor casi había sido sorprendida por uno de los Otros, por aventurarse buscando que comer.

Por suerte su refugio era grande y espacioso y, aunque era algo frío, los mantenía a salvo. Un día su padre se había llevado a sus hermanos a explorar nuevos terrenos, estaba solo, y sentía aún más frío. De pronto, le llegó un aroma agradable. ¡Comida!, pensó, ¡y esta cerca!, se dijo mientras levantaba su pequeño cuerpo y se encaminaba a la salida. A cada paso, el olor se volvía más fuerte, casi podía ver y saborear la comida, su estomago vacío le dominaba la razón y le hacía olvidar las advertencias de sus padres, por lo que no supo en que momento había salido del refugio.

Ahí estaba el alimento, al interior de la vieja estructura metálica que su papá le había dicho que evitara por cualquier medio. Había sido una de las primeras advertencias, pero él nunca había visto que esa cosa hiciera algo, sólo estaba ahí, con olor a inutilidad y abandono. En ese momento olía a gloria, seguramente era algún tipo de carne, podía detectar el sazón y los aceites de su preparación. Así que, sin pensárselo más, entró.

Al final de la estructura estaba la comida, tanta era su hambre que rapidamente llegó donde estaba, y comenzó a masticar; primero timidamente, pero después ya con total desenfado. No le alcanzaban las manos para llevarse trozos a la boca y le faltaban dientes para masticar todo lo que quería. En un momento creyó oír algo en esa vieja estructura, pero no ocurrió nada inmeditamente así que continuo saciándose.

De repente, escuchó que su mamá le gritaba desde fuera. ¡Sal de ahí!, ¡Escapa ahora que puedes!, repitiéndolo constantemente. Él pensó, ¿salir?, ¿escapar?, no entendía de qué hablaba su madre, ahí no pasaba nada y aún había mucha comida, es más, ya estaba viendo como podía desprenderla para llevarle a su familia. ¡Ven mamá, ayudame a sacar ésto, hay comida suficiente para todos! le dijo mientras seguía jalando, aunque con poca fuerza. La madre, que seguramente había comido menos que él, unió su deseo por sacarlo de ahí con el hambre que sentía, entró rapidamente y empezó a jalar a su hijo y también a la comida para escapar de ahí lo más pronto posible.

Con la fuerza de ambos el dispositivo se activó. Un gancho se levantó y, antes que el instinto de la madre hubiera reaccionado, la puerta del lugar había caído, encerrándolos. Ambos gritaban. La madre empezó a buscar algún resquicio que les permitiera salir, en las esquinas, en la puerta, en las paredes, en el piso, cualquier cosa donde, al menos, su hijo pudiera escapar.

Entonces lo vieron, uno de los Otros, se acercaba, despacio, con todo el tiempo del mundo, ellos ya no podían escapar. Al llegar al lado del viejo armatoste, lo alzó con su gigantesca mano, mientras madre e hijo gritaban de desesperación, sabiendo que no volverían a ver a sus seres queridos de nuevo.


2

-Vaya mirá vos, cayeron -  dijo el hombre obeso, mientras se lavaba con rápidez negligente las manos.

-¿De verás?, contestó con el mínimo interés posible una mujer bajita y marchita por los años y la infelicidad.

-¡Sí!, ves que te dije que la vieja trampa aún servía. Sólo debíamos ponerles algo apetecible. ¡Y cayeron dos de un solo!, uno grande y otro chiquito. Creo que el grande era hembra, se miraba gorda.

-Ya te dije que botes esa vieja lavadora, ahí ha de haber nido de esos animales - la mujer no soportaba el tono de triunfo del marido.

-Si mujer, si. Todo a su tiempo. Mejor servíme comida, ¡Tengo hambre!

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