La libelula estaba cansada de estar quieta, diseñada para volar rapidamente la inmovilidad tenía un efecto nocivo en sus músculos y su psique. Estar en un mismo lugar por mucho tiempo, y dos horas era una eternidad para los insectos; hacía que las alas se le durmieran, las patas se le gastaban, fijas en la superficie y su mente divagaba, se perdía distrayéndose con cada detalle que surgía a su alrededor. Y era esto último lo que debía evitar, ya que su inmovilidad no era fortuita, era por supervivencia. A unos cuantos centimetros se encontraba un geko, notablemente hambriento, viéndolo, esperando, a punto de lanzarse hacia donde estaba la libelula, lito para engullirla de un zarpazo. Así seguía la espera y crecía la tensión.
El geko estaba en su ambiente, el silencio, la quietud, la inmovilidad. Hecho para ser paciente, meditado y precavido. Sus ojos fijos en su presa, sus patas quietas en la superficie, listas para saltar y atrapar, la cola con movimientos lentos siempre buscando el mejor equilibrio para el ataque y la defensa. La mente del geko estaba concentrada, cerrada en el único pensamiento de esperar el momento de debilidad de la libelula que yacía frente a sí, aparentemente tranquila, casi distraida, pero el geko sabía bien que solamente estaba esperando una distracción de su parte para salir volando fuera de su alcance. Así seguía la espera y crecía la tensión.
Ambos, el insecto y el réptil, se miraban concentrados, desviaban la mirada queriendo crear una distracción para el otro, aquel movía su cola, el otro agitaba casi imperceptible sus alas, todo para que el otro creyera que al fin ocurriría el desenlace, pero no, nada ocurría aún. Ambos, el insecto y el réptil, seguían en su inmovilidad, en su aparente carencia de motivación, de objetivos, de metas, en un vacío de irrealidad que ya duraba horas y podría durar siglos.
Al fin, la impaciencia perdió, el desespero se equivocó, la flaqueza cayó en la trampa. Un movimiento en falso y todo acabo......
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