Las puertas de madera se abrieron, para el joven Gabriel Guevara siempre era un gusto tocar aquellas puertas de madera de ébano, le recordaba los veranos perdidos en la granja del abuelo, cuando sus manos infantiles quitaban la corteza del viejo árbol familiar. En esos tiempos de lo ecológicamente correcto, de lo sintético, que la Compañía hubiese obtenido el permiso para talar los árboles necesarios para confeccionar esas puertas, le agregaba morbo placer al hecho de usarlas y, sobre todo, tocarlas. Gabriel pensó como todo aquello era la muestra concreta de los privilegios empresariales que Digital Empire Inc. tenía sobre cualquier otro corporativo del planeta.
Gabriel entró a la Sala de Reuniones, una sala cuadrada, con una mesa rectángular al centro, las paredes blancas, impolutas, sin adornos ni cuadros, como un vacío solitario, la mesa y las doce sillas azabaches parecían levitar en ese vacío blanco. Gabriel y sus diez acompañantes tomaron asiento, a él le correspondía a la izquierda de la Silla Presidencial, el puesto 3 de 12, frente suyo se sentó el Vicepresidente Organizativo Emanuel Samsa, un hombre delgado, rostro y manos huesudas, ojos pequeños y desconfiados, a pesar de ser 2 de 12, parecía eternamente inseguro. Para Gabriel aquel hombre parecía siempre algo insectoide, escurridizo, escabulléndose, pero que no podía pasar desapercibido.
Los 11 tomaron asiento, cada lugar se asignaba conforme a la proporción de acciones que poseían, todo menos uno, Samsa, ocupaba el único puesto asignado directamente por el Presidente, un puesto específico para su aliado de confianza. Irónicamente, eso convertía a Gabriel en el segundo mayor accionista, y eso, apuntaba con amargura, solo por obra y gracia de ser descendiente directo del Fundador.
Gabriel apartó ese lastimero pensamiento, intentó adivinar las razones para esta reunión en el rostro desagradable de Samsa, pero, como siempre, no pudo sacar nada en concreto de esos ojos inquietos y esa mirada esquiva. Los demás asistentes se sentaron, y conectaron sus mini-tablets a las terminales situadas en la mesa, al momento se activaron pantallas táctiles que les mostraban los datos más actualizados de la Compañía, sólo faltaba la llegada del Presidente.
Gabriel reprimió una risa burlona, siempre le parecía ridículo el gusto por lo drámatico del Presidente. Pero, ¿quien podía culparlo? era el jefe de Digital Empire, la megacorporación que podía, y ya lo había hecho, derribar gobiernos, iniciar guerras, sacar de la pobreza a miles de persona o precipitar a la miseria a una nación completa. Digital Empire, la única empresa que poseía los derechos y patentes de todos los inventos de Augusto Guevara, el mayor genio producido por la humanidad desde Einstein. Augusto, quien en la época del Gran Desastre diseñó el arma de la victoria, quien descubrió y aplicó el principio de la antigravedad, programó la primera inteligencia artificial y diseñó los primeros robots. Este increíble legado era controlado ferreamente por Digital Empire, así como todos sus derivados.
Al terminar sus meditaciones, Gabriel se dio cuenta que el Presidente cruzaba las puertas hacia la Sala de Reuniones, apenas saludó con un gesto de la cabeza y se sentó, sacando su minitablet, la única con conexión permanente a la Computadora Central de la Compañía. El Presidente se sentó, a la cabecera de esa mesa reluciente de oscuridad, la silla ergonómica se ajustó automáticamente a su entorno, era un poco regordete, con manos grandes, y los pocos cabellos que le quedaban lustraban la plata de los años, la experiencia y la amargura... sobre todo de esto último. Sus fríos ojos color miel, se fijaron en cada uno de sus once acompañantes, sosteniéndoles la mirada hasta que, ese fuego de ambición, le hacía bajar la cabeza en un gesto entre el miedo y el respeto. Como siempre, Samsa practicamente tenía ya la mirada baja, luego los demás accionistas fueron esquivándo este exámen-ostentación del Presidente. Cuando al fin llegó a Gabriel, este le vio directo a los ojos... uno, dos, tres, cuatro... hasta llegar a diez segundos. Luego el Presidente sonrió (realmente torció los labios y los pocos que habían visto ese gesto le llamaban "sonrisa") y fue él quien desvío la mirada hasta su minitablet, Gabriel no hizo ningún gesto, le gustaba gozar de estas pequeñas victorias en silencio.
- Que tenemos en la agenda para hoy? - preguntó el Presidente un poco aburrido.
- Lo primero que debe tratarse - habló 5 de 12, una mujer madura como sus carnes, de cabello liso recogido en una cola, gafas y mirada petrea, Gabriel quiso recordar su nombre pero no pudo - es el asunto de la próxima Feria Internacional en Bruselas
continuará...
Gabriel entró a la Sala de Reuniones, una sala cuadrada, con una mesa rectángular al centro, las paredes blancas, impolutas, sin adornos ni cuadros, como un vacío solitario, la mesa y las doce sillas azabaches parecían levitar en ese vacío blanco. Gabriel y sus diez acompañantes tomaron asiento, a él le correspondía a la izquierda de la Silla Presidencial, el puesto 3 de 12, frente suyo se sentó el Vicepresidente Organizativo Emanuel Samsa, un hombre delgado, rostro y manos huesudas, ojos pequeños y desconfiados, a pesar de ser 2 de 12, parecía eternamente inseguro. Para Gabriel aquel hombre parecía siempre algo insectoide, escurridizo, escabulléndose, pero que no podía pasar desapercibido.
Los 11 tomaron asiento, cada lugar se asignaba conforme a la proporción de acciones que poseían, todo menos uno, Samsa, ocupaba el único puesto asignado directamente por el Presidente, un puesto específico para su aliado de confianza. Irónicamente, eso convertía a Gabriel en el segundo mayor accionista, y eso, apuntaba con amargura, solo por obra y gracia de ser descendiente directo del Fundador.
Gabriel apartó ese lastimero pensamiento, intentó adivinar las razones para esta reunión en el rostro desagradable de Samsa, pero, como siempre, no pudo sacar nada en concreto de esos ojos inquietos y esa mirada esquiva. Los demás asistentes se sentaron, y conectaron sus mini-tablets a las terminales situadas en la mesa, al momento se activaron pantallas táctiles que les mostraban los datos más actualizados de la Compañía, sólo faltaba la llegada del Presidente.
Gabriel reprimió una risa burlona, siempre le parecía ridículo el gusto por lo drámatico del Presidente. Pero, ¿quien podía culparlo? era el jefe de Digital Empire, la megacorporación que podía, y ya lo había hecho, derribar gobiernos, iniciar guerras, sacar de la pobreza a miles de persona o precipitar a la miseria a una nación completa. Digital Empire, la única empresa que poseía los derechos y patentes de todos los inventos de Augusto Guevara, el mayor genio producido por la humanidad desde Einstein. Augusto, quien en la época del Gran Desastre diseñó el arma de la victoria, quien descubrió y aplicó el principio de la antigravedad, programó la primera inteligencia artificial y diseñó los primeros robots. Este increíble legado era controlado ferreamente por Digital Empire, así como todos sus derivados.
Al terminar sus meditaciones, Gabriel se dio cuenta que el Presidente cruzaba las puertas hacia la Sala de Reuniones, apenas saludó con un gesto de la cabeza y se sentó, sacando su minitablet, la única con conexión permanente a la Computadora Central de la Compañía. El Presidente se sentó, a la cabecera de esa mesa reluciente de oscuridad, la silla ergonómica se ajustó automáticamente a su entorno, era un poco regordete, con manos grandes, y los pocos cabellos que le quedaban lustraban la plata de los años, la experiencia y la amargura... sobre todo de esto último. Sus fríos ojos color miel, se fijaron en cada uno de sus once acompañantes, sosteniéndoles la mirada hasta que, ese fuego de ambición, le hacía bajar la cabeza en un gesto entre el miedo y el respeto. Como siempre, Samsa practicamente tenía ya la mirada baja, luego los demás accionistas fueron esquivándo este exámen-ostentación del Presidente. Cuando al fin llegó a Gabriel, este le vio directo a los ojos... uno, dos, tres, cuatro... hasta llegar a diez segundos. Luego el Presidente sonrió (realmente torció los labios y los pocos que habían visto ese gesto le llamaban "sonrisa") y fue él quien desvío la mirada hasta su minitablet, Gabriel no hizo ningún gesto, le gustaba gozar de estas pequeñas victorias en silencio.
- Que tenemos en la agenda para hoy? - preguntó el Presidente un poco aburrido.
- Lo primero que debe tratarse - habló 5 de 12, una mujer madura como sus carnes, de cabello liso recogido en una cola, gafas y mirada petrea, Gabriel quiso recordar su nombre pero no pudo - es el asunto de la próxima Feria Internacional en Bruselas
continuará...
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