Actualmente El Salvador está pasando por una situación política y social crítica, con una polarización y un daño al Estado de Derecho y a la democracia nacional del que costará décadas recuperarse. Más allá de las simpatías u odios que puede despertar el actual régimen (ojo, no gobierno, luego se explica) lo que debería analizarse es el nuevo nivel de polarización que se está creando en el país. Siempre hemos estado divididos en aparentes extremos, desde la Guerra Civil, unos han sido de "izquierda" y otros de "derecha" con toda la carga emocional, argumentativa y de postura social que ambas etiquetas conllevan en Latinoamérica y, en especial, El Salvador.
En esa misma tonalidad nos llegó la posguerra, con ARENA y el FMLN como principales avatares de esa lucha ideológica. Correspondientemente así se sucedieron en el gobierno por la vía electoral, 20 años para la derecha y 10 para la izquierda. Entre tanto, la gente pasó de creer en el paraíso neoliberal y privatizador que el gane de USA en la Guerra Fría pareció prometer al mundo entero; al sueño del socialismo del siglo XXI que había aprendido de los errores del colapso de la URSS y era de inspiración criolla, latina, con la Venezuela chavista como faro.
Ambas apuestas resultaron fallidas y totalmente decepcionantes a la población. Los casos de corrupción se sucedían como el día y la noche, la impunidad, las negociaciones a espaldas de la población y la situación social iba en degradación lenta pero continua. Este es el marco que lleva a las elecciones presidenciales de 2019 donde un candidato, Nayib Bukele, salido de las filas de la izquierda se presenta como opción nueva, moderna, no-ideológica, millenial dirían algunos. Dicha propuesta y, sobre todo, su ataque casi visceral a los políticos tradicionales de las dos fuerzas mencionadas elevó su popularidad a niveles nunca vistos en el país, lo que llevó a un inevitable gane con amplia ventaja en dichas elecciones.
Desde entonces el ahora presidente Bukele no ha bajado nada su postura belicista contra la oposición, la cual cada vez se disminuye más, al menos la partidaria con la derrota aplastante en las legislativas de 2021. El discurso polarizador ha tomado facetas inéditas: burlas y teorías conspiranóica por parte del presidente, tanto en conferencias como en sus redes, en éstas últimas presencia activa de voceros y personeros del gobierno (en teoría "voluntarios" ya que no tienen cargo público alguno) que lideran un "ejército" de cuentas (entre reales y llamados "troles") que atacan, desprestigian, ridiculizan a todo discurso opositor o contario a las políticas gubernamentales. De esta forma el fenómeno del bukelismo hereda el populismo más básico de tiempos de Perón y le agrega el cyberbulliyng masivo y constante, la maquinaria goebbelsiana de propaganda más eficiente vista nunca en la región (con el noticiero y el periódico oficiales como punta de lanza, más decenas de youtubers, la mayoría presentándose como "independientes") y un caudillismo rampante y abarcador que lleva a más de 60 diputados del oficialismo a no decir ni 20 palabras sin mencionar al presidente como origen, planificador, y ejecutor de todo proyecto, idea o plan de cualquier esfera del régimen (ahora se entiende por qué usar este término y no el de simple "gobierno")
Hay que señalar que dichas posturas, populistas y demagógicas son de lo más obvias para cualquier con algo de formación política e histórica, dados los múltiples ejemplos en la historia, más aún en Latinoamérica. Pero a pesar de estas obviedades y clásicas manipulaciones emocionales del discurso oficialista, la mayoría de la población aprueba esta gestión, es más hay un porcentaje que señala que se está siendo hasta muy conservador, quisieran ver acciones más radicales y hasta violentas. Todo esto indica que las grandes mayorías no aprecian o no les importa el daño a la democracia que está sufriendo el país. Cosas como la desaparición del Estado de Derecho les tienen sin cuidado, es más, niegan, repitiendo la propaganda oficial, que eso haya existido alguna vez.
Pero lo anterior, ¿es responsabilidad de Bukele y compañía? Él solo es un síntoma de algo más grave en la sociedad salvadoreña. Y parte de esa enfermedad, o más bien dicho, parte del mal diagnóstico de la misma que ha llevado a su gravedad, es responsabilidad y culpa de los docentes, en especial nosotros los de Estudios Sociales donde los temas políticos son el pan diario. Más allá de los problemas eternos de la educación salvadoreña: falta de recursos, no dignificar al docente como profesional, malas planeaciones, muchos docentes sin vocación o sin capacidades para actualizarse o formarse más allá de las clases universitarias. El problema, o mucho de el, yace en como hemos ido enseñando esos temas vitales como: Separación de poderes, Estado de Derecho, Democracia, Representatividad. Así con mayúsculas porque así debieron enseñarse. Pero la actual situación nacional nos demuestra claramente que, en algún punto, no los explicamos bien. Aquí podemos ver que dichos populares en el sector educativo "me basta con que uno entienda, con un estudiante que ponga atención ya avanzamos, con unos pocos que te capten ya puedes sentirte satisfecho" son falacias. Si toleramos que sólo las minorías entiendan lo importante que es la separación de poderes en una verdadera democracia, entonces nos resignamos que las mayorías, las grandes mayorías no lo entiendan y, por lo tanto, no les importe que no exista. Y es justo lo que pasó aquí, maximizado por el rechazo visceral a los viejos políticos, por las decepciones continuas de todas las propuestas ideológicas, ha sido la tormenta perfecta que está destrozando al intento de democracia que comenzó en 1992.
El régimen apenas comienza, la lógica y los hechos históricos nos señalan que estamos a, al menos, una década de ver al bukelismo perder apoyo, y cuando al fin ocurra puede, y es muy probable, que termine siendo parte del ideario político salvadoreño en el futuro, como el peronismo y sus variadas mutaciones en Argentina.
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