Emanuel Samsa se despertó luego de un sueño horrible que no le dejo descansar, se veía perdiendo su posición, la confianza del Presidente, marginado del Consejo, alejado de Digital Empire, se miró cayendo de ese Everest de las empresas hacia la más profunda sima. Cuando al fin abrió los ojos, éstos, siempre inquietos, giraron una y otra vez por toda su habitación, como para asegurarse de que está sí era la realidad. Contempló las paredes vacías, grises, un poco sucias, con telarañas aquí y allá, el techo oscuro y aparentemente infinito, vió su mesa de noche, con su minitablet siempre encendida, siempre pendiente de la llamada de su Señor, a cualquier hora, bajo cualquier circunstancia, sabía que en su disponibilidad al Amo estaba su supervivencia y su prosperidad. Ésto lo hizo sentir, por un momento, como un insecto rastrero.
Cuando se convenció que todo aquello estaba pasando, empezó a reconocer su cuerpo delgado, miró sus manos huesudas, y sus enormes pies que sobresalían de la cobija que tenía puesta, sintió las hilachas de sus cabellos y, al respirar, pudo sentir los diferentes males que aquejaban su frágil naturaleza.
Se sentó a un lado de la cama, por reflejo tomó la minitablet y leyó que pasaba en el mundo de Digital Empire. Acababa de cerrarse un trato con el Imperio Ruso para reparar y poner en funcionamiento el antiguo Gasoducto belarrus, que desde la Gran Catástrofe no funcionaba, encareciendo el gas natural en la Confederación Europea.
Luego de la descripción general, pudo ver las cifras multimillonarias que se moverían con esta transacción, y no tuvo mas remedio que dejar paso a la envidia y a la codicia. Miraba ante sí, en esa pequeña pantalla fortunas que le servirían para abandonar su servidumbre y encumbrarse como el Señor de alguna tierra salvaje, o como el Gobernador de alguno de esos territorios semi civilizados en el trópico. Pero sólo podía soñar y desear, ese dinero que su minitablet le mostraba en toda su cruda y capitalista existencia se hallaba viajando en el ciberespacio, de una cuenta del Zar hasta las arcas de la Compañía. Cuando el movimiento bancario hubo terminado, su minitablet automáticamente le presentó el porcentaje que le correspondía a cada miembro del consejo, claro, obviamente él recibiría una cuantiosa parte como el accionista 2 de 12, pero sabía que la suya era una tajada inferior a la del Presidente y del mismo Gabriel (ese jovenzuelo que no soportaba con su figura atractiva y su aire de seguridad solo por el azar de apellidarse Guevara)
Colocó su minitablet de nuevo en la mesita contigua a su cama, y pensó en esa maldita ventaja que tenían los Quijotes, pocos como él sabían el verdadero poder de esa banda de terroristas informáticos. Pocos sabían que cada Quijote (y ni el diablo sabía cuantos eran) poseía una terminal portátil conectada a perpetuidad a Central, la computadora principal en Digital Empire, que no sólo le daba acceso a la información completa de la Compañía, de sus empleados, desde el humilde barrendero de la subsidiaria en Nepal hasta el mismísimo Presidente, sino que tenían control sobre las finanzas de la empresa. Mientras no fueran cantidades grandes, podían mover dinero sin autorización, sin dejar huellas, indetectables. Así esos endiablados terroristas, sustraían centavos o dolares de las miles de cuentas de las numerosas sucursales de la Compañía, y podían acumular miles o millones de créditos y asignarlos a cualquier persona, asociación, o país que eligieran.
Por un momento acalló sus pensamientos, pero tuvo que recordar que, al enterarse de esta pasmosa realidad, preguntó porque no se cerraban las entradas virtuales a la Central. Fue entonces que Irving David, accionista 4 de 12 e historiador aficionado, le contó que hace dos siglos, cuando Augusto Guevara diseñó y programó la Central, lo hizo para que estas "entradas traseras" estuvieran tan intrínsicamente unidas a la programación principal que cualquier intento por destruirlas haría que Central borrase toda su información y destruyer a la Compañía perdiendo sus fondos, sus patentes, sus documentos y conocimientos más valiosos. Augusto se había asegurado que esos Quijotes fueran una molestia mientras Digital Empire existiera.
Finalmente, ese hombre lleno de poder, ambición y bajeza, decidió alistarse y levantarse, borrando, como siempre todo amor propio, todo orgullo, toda necesidad personal, para cumplir con su propósito de triunfar en la vida, aunque para ello tendría que ser Emanuel Samsa.
Cuando se convenció que todo aquello estaba pasando, empezó a reconocer su cuerpo delgado, miró sus manos huesudas, y sus enormes pies que sobresalían de la cobija que tenía puesta, sintió las hilachas de sus cabellos y, al respirar, pudo sentir los diferentes males que aquejaban su frágil naturaleza.
Se sentó a un lado de la cama, por reflejo tomó la minitablet y leyó que pasaba en el mundo de Digital Empire. Acababa de cerrarse un trato con el Imperio Ruso para reparar y poner en funcionamiento el antiguo Gasoducto belarrus, que desde la Gran Catástrofe no funcionaba, encareciendo el gas natural en la Confederación Europea.
Luego de la descripción general, pudo ver las cifras multimillonarias que se moverían con esta transacción, y no tuvo mas remedio que dejar paso a la envidia y a la codicia. Miraba ante sí, en esa pequeña pantalla fortunas que le servirían para abandonar su servidumbre y encumbrarse como el Señor de alguna tierra salvaje, o como el Gobernador de alguno de esos territorios semi civilizados en el trópico. Pero sólo podía soñar y desear, ese dinero que su minitablet le mostraba en toda su cruda y capitalista existencia se hallaba viajando en el ciberespacio, de una cuenta del Zar hasta las arcas de la Compañía. Cuando el movimiento bancario hubo terminado, su minitablet automáticamente le presentó el porcentaje que le correspondía a cada miembro del consejo, claro, obviamente él recibiría una cuantiosa parte como el accionista 2 de 12, pero sabía que la suya era una tajada inferior a la del Presidente y del mismo Gabriel (ese jovenzuelo que no soportaba con su figura atractiva y su aire de seguridad solo por el azar de apellidarse Guevara)
Colocó su minitablet de nuevo en la mesita contigua a su cama, y pensó en esa maldita ventaja que tenían los Quijotes, pocos como él sabían el verdadero poder de esa banda de terroristas informáticos. Pocos sabían que cada Quijote (y ni el diablo sabía cuantos eran) poseía una terminal portátil conectada a perpetuidad a Central, la computadora principal en Digital Empire, que no sólo le daba acceso a la información completa de la Compañía, de sus empleados, desde el humilde barrendero de la subsidiaria en Nepal hasta el mismísimo Presidente, sino que tenían control sobre las finanzas de la empresa. Mientras no fueran cantidades grandes, podían mover dinero sin autorización, sin dejar huellas, indetectables. Así esos endiablados terroristas, sustraían centavos o dolares de las miles de cuentas de las numerosas sucursales de la Compañía, y podían acumular miles o millones de créditos y asignarlos a cualquier persona, asociación, o país que eligieran.
Por un momento acalló sus pensamientos, pero tuvo que recordar que, al enterarse de esta pasmosa realidad, preguntó porque no se cerraban las entradas virtuales a la Central. Fue entonces que Irving David, accionista 4 de 12 e historiador aficionado, le contó que hace dos siglos, cuando Augusto Guevara diseñó y programó la Central, lo hizo para que estas "entradas traseras" estuvieran tan intrínsicamente unidas a la programación principal que cualquier intento por destruirlas haría que Central borrase toda su información y destruyer a la Compañía perdiendo sus fondos, sus patentes, sus documentos y conocimientos más valiosos. Augusto se había asegurado que esos Quijotes fueran una molestia mientras Digital Empire existiera.
Finalmente, ese hombre lleno de poder, ambición y bajeza, decidió alistarse y levantarse, borrando, como siempre todo amor propio, todo orgullo, toda necesidad personal, para cumplir con su propósito de triunfar en la vida, aunque para ello tendría que ser Emanuel Samsa.
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