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El Salvador. País violento


En El Salvador la violencia no será tan sólo

la partera de la Historia.

Será también la mamá del niño-pueblo.
- Roque Dalton


    Nuestro país, bien podría llevar ese epígrafe como parte de su título. Reflexionaremos el por qué a continuación. Se mencionarán casos conocidos de violencia en nuestra sociedad, cubiertos por los medios de comunicación, no habrá hipervínculos para evitar el compartir estos eventos, ya que el morbo por la violencia, también es violencia. De todos modos dichos casos, como señalé, tienen una gran cobertura mediática así que bastará, si al caso no ha escuchado de ellos, que utilice el buscador de la web para encontrar más información.

ANTECEDENTES

    La Guerra Civil sufrida por este país, de 1980 a 1992, siempre se ha marcado como el hito más importante de nuestra historia reciente, así como el evento desencadenante de nuestro historial de sociedad violenta. Aunque su relevancia es innegable, no hay que olvidar que la violencia, como expresión social, política y hasta cultural, existe en nuestra nación desde casi su inicio como país independiente. Aunque la Independencia de 1821, se logró de forma incruenta, los años anteriores, 1811 y 1814, se vivieron sublevaciones populares que fueron reprimidas por las fuerzas realistas de la Intendencia de San Salvador. Y menos de un año después de la firma del Acta en Guatemala, ya se estaba defendiendo con las armas dicha independencia. Luego, el caos de la Federación centroamericana llevó a décadas de conflictos civiles entre las naciones y entre los grupos políticos de liberales y conservadores; terminada la Federación esas luchas se mantuvieron siempre entre los ahora países independientes unos de otros, o mejor dicho, unos contra otros por el resto del siglo XIX. 

    Entrado el siglo XX los gobiernos oligarcas de los terratenientes reprimían ferozmente cualquier intento de reformas pro-laborales para mantener un monopolio en sus feudos, monopolio económico y de vidas. Esto llevó a continuos desmanes por parte de la población que no veía otra forma de expresar su descontento que con violencia, crímenes y sublevaciones. Ante ello, se creó la Guardia Nacional para mantener el orden, la cual devino en aparato represor que llegó a cuotas genocidas.

    Con la llegada del militarismo en 1932 la política salvadoreña reconoció tácitamente que las crisis sociales no se resuelven con el diálogo o con la negociación, sino con represión, violaciones a Derechos Humanos y asistencialismo paternalista que exigía silencio y devoción. Con la Huelga de Brazos Caídos de mayo de 1944 se logró un hito increíble en nuestra historia, una dictadura militar personalista fue derribada sin violencia, con el simple pero efectivo desprecio de la población en general, con la negación a seguir reconociendo la existencia del régimen martinista. La primera de dos veces que hemos evolucionado como sociedad por la vía pacífica. Lastimosamente no se supo administrar correctamente esta victoria social y rápidamente se cayó bajo la bota militar por otros 30 años.

    Todo este clima impactó en la sociedad, los grupos opositores y aquellos que simplemente querían mejores condiciones de vida, se golpearon contra un muro de censura, silencio y represión. Así de los manifestantes masacrados una y otra vez, se levantaron los grupos subversivos que durante toda la década de los 70s compitieron contra el aparato estatal en la generación de violencia. Estallando todo en la mencionada Guerra Civil, que es solo la gran desembocadura de una historia de luchas continuas.


ACTUALIDAD

    Décadas después del fin de la Guerra, logrado con el segundo evento no-violento que nos marcó como país, los Acuerdos de Paz, tampoco la sociedad supo como administrar lo positivo que se creó en dicho momento. Ahora, a meses de cumplir 30 años de alcanzar la paz, la sociedad salvadoreña muestra signos increíbles de violencia. Aunque las estadística nos dicen que estamos lejos de los 12-14 homicidios diarios con los que recibimos el nuevo milenio, éstos continúan, sumándoseles los desaparecidos, también se ha puesto énfasis en mostrar la violencia de género con sonados casos de mujeres asesinadas con barbarie para luego intentar desaparecer sus cuerpos, resultando que, en la gran mayoría de veces, fueron víctimas de su pareja o sus compañeros de trabajo. Desde que se logró la tipificación del feminicidio se han podido ver más sucesos de esta naturaleza. Agregándose a la casi omnipresente violencia cultural y social que sufren las mujeres en el país.

    Desde un punto de vista más general, la pandillas delincuenciales, denominadas maras, mantienen un control insultante en regiones del país y en zonas de residencia de muchos salvadoreños y salvadoreñas que conviven con estructuras criminales día tras día, lugares donde la extorsión, la amenaza, el traslado forzado, el robo, las desapariciones y el asesinato siguen presentes. Es tal la fuerza y el control que ejercen las maras en sus territorios que cualquier organización o fundación, sea privada o gubernamental debe negociar con ellos para poder llegar y hacer algo tan simple como su trabajo en beneficio de la población. Este fenómeno ha llevado a una sensación de triunfalismo entre las maras, a una invulnerabilidad, no importando quien gobierne, o qué política estatal de seguridad les apliquen, no solo sobreviven, sino que prosperan. Llevando a que la población, sobre todo a una parte de su juventud de escasos recursos, ver en el camino de violencia de las maras la única forma de obtener lo que más desean: Poder.

    Todo esto llegando a niveles dantescos, como el incendio de una unidad de transporte público con personas adentro, o el más reciente caso de fosas clandestinas en el hogar de un ex-policía, que está siendo tratado de la peor manera por las autoridades al restringir el acceso y no hablar claro con la población, haciendo del autor confeso de los crímenes un testigo criteriado. Sancionando al especialista forense cuyo único error fue dar detalles a la prensa nacional de cantidad de cuerpos encontrados, análisis rápidos del tiempo que llevan ahí y cosas por el estilo, en un intento vano de ocultar (como en las desapariciones que terminan siendo feminicidios) que la violencia sigue ahí, y que su raíz no está siendo atacada por ninguna política estatal o institucional, pues su origen es más profunda en nuestra sociedad.

    Las redes sociales, en lugar de convertirse en espacios de compartir, debatir y hasta convivir, se convierten día con día en espacios para la crítica destructiva para todo lo que no entendamos o no se ajuste a nuestro marco moral; para el ataque, el insulto para el contrario, el que piensa diferente, el Otro. Este fenómeno, ahora, casi se ha institucionalizado. El actual régimen que se está formando en el país lleva el insulto y el ataque al opositor, al disidente, a extremos de discurso oficial del Estado. Cada cierto tiempo, cuando el precedente está perdiendo impacto popular, se inventa un nueva forma de ofender o humillar a la oposición política del gobierno y, por ende, a cualquiera que diga u opine que el gobierno no hace perfecto las cosas. Ejércitos de cuentas, anónimas o no, atacan diaria y constantemente a instituciones o personas que en redes sociales tengan un mínimo de relevancia y que critiquen las acciones del gobierno o simplemente pidan más explicaciones. El populismo del Presidente se ha traducido en utilizar justamente lo que durante décadas ha ido madurando, la violencia intrínseca del salvadoreño, su casi ceguera en no poder ver otra solución a las dificultades más que la violenta, en esa necesidad psicopática tener la razón y atacar al que te la niega, en humillar para sentirse bien con tu propio narcisismo. Todo eso, quizás el germen de los demás tipos de violencia, es lo que se está aprobando directa o tácitamente en el discurso del Estado salvadoreño.

    A todo esto agréguese que la educación siempre ha sido deficiente, sobre todo en el aspecto de inculcar valores de forma integral, en formar ciudadanos, con todo el peso conceptual de la palabra. Una escuela donde no se valora adecuadamente el aspecto psicológico de los niños y las niñas, donde su formación moral o es escasa o se limita a aspectos religiosos. Se dice que formamos competencias para profesionales, pero no para personas competentes, no para ciudadanos cumplidores de la ley, no para individuos que puedan manifestar sus desacuerdos, sus enojos, sus frustraciones sin violentar al Otro.

    Civilidad, algo que carecemos en una amplía mayoría. O sea, hacer las cosas bien porque así es, no por cualquier aspecto represivo. Al ser víctimas de violencia acudir a las autoridades correspondientes, en cualquier ámbito, no como se nos enseña desde pequeños: "si le pegan no se deje, dele más duro" porque no existe otra forma de ganar respeto, de imponerte como individuo y hasta de lograr una identidad, en la sociedad salvadoreña, que ejercer violencia sobre alguien para así demostrar que "sos cosa seria" "que te tengan miedo" "así se ganan las cosas, luchando por ellas contra todo y contra todos" donde el Otro es el malo, el enemigo, el que hay que vencer. Estas frases, repetidas en la tierna infancia, solo se ven reforzadas por el ambiente social, los antivalores transmitidos por canciones y programas de televisión, y por la ineficacia de las instituciones gubernamentales y no, para defender de verdad a la persona, para darle seguridad sin recurrir a la violencia, para darle dignidad. 

    La sociedad salvadoreña es violenta y seguirá siéndolo por un tiempo que nadie podría definir. Los cambios que podemos hacer son pocos, pero son cambios. Transformaciones pequeñas en nosotros mismos, en nuestro entorno inmediato, familia, trabajo, relaciones. Ahí es donde el ciclo de violencia puede y debe detenerse. Partiendo de uno mismo, por más que cueste, por más que haya recaídas, es de intentarlo una y otra y otra y otra y otra y otra vez. Así de reiterativo, porque los mensajes negativos son igual o peor de repetitivos, por eso calan en nuestra sociedad.

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