Frío, hielo e indiferencia rodean a la reina Ihzé, soberana de los Montes Blancos, emperatriz de los duendes y las hadas de la nieve, señora de toda creatura de hielo, hermana del Señor del Oeste, regente del Valhala, hija de la Eón del Agua. Pero la reina Ihzé tiene un corazón cálido, su alma sensible vibra de emoción al contemplar la belleza y la ternura. En su reino de Imer, donde su voluntad y su poder son tan incólumes como los témpanos sempiternos; en su alcázar de cristal, donde cien hadas le atienden profusamente, pero sin sonreirle, siquiera una vez; no había nada que le conmoviese el corazón. Solo en sus habitaciones, cuando se hallaba recostada en su lecho de piel de mastodonte blanco, los muebles de márfil, sus trajes negros, rojos y dorados, la reina Ihzé podía abandonarse a su máximo deleite. Ahí, escondido entre las inmaculadas pieles que los osos blancos mudan cada año, la meláncolica soberana guardaba sus mayores regalos... Un día, lejano ya, uno de los duend...
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..."