Las puertas de madera se abrieron, para el joven Gabriel Guevara siempre era un gusto tocar aquellas puertas de madera de ébano, le recordaba los veranos perdidos en la granja del abuelo, cuando sus manos infantiles quitaban la corteza del viejo árbol familiar. En esos tiempos de lo ecológicamente correcto, de lo sintético, que la Compañía hubiese obtenido el permiso para talar los árboles necesarios para confeccionar esas puertas, le agregaba morbo placer al hecho de usarlas y, sobre todo, tocarlas. Gabriel pensó como todo aquello era la muestra concreta de los privilegios empresariales que Digital Empire Inc. tenía sobre cualquier otro corporativo del planeta. Gabriel entró a la Sala de Reuniones, una sala cuadrada, con una mesa rectángular al centro, las paredes blancas, impolutas, sin adornos ni cuadros, como un vacío solitario, la mesa y las doce sillas azabaches parecían levitar en ese vacío blanco. Gabriel y sus diez acompañantes tomaron asiento, a él le correspondía a la izqui...
"Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento..."