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Mostrando entradas de noviembre, 2012

La flor violeta (2)

Frío, hielo e indiferencia rodean a la reina Ihzé, soberana de los Montes Blancos, emperatriz de los duendes y las hadas de la nieve, señora de toda creatura de hielo, hermana del Señor del Oeste, regente del Valhala, hija de la Eón del Agua. Pero la reina Ihzé tiene un corazón cálido, su alma sensible vibra de emoción al contemplar la belleza y la ternura. En su reino de Imer, donde su voluntad y su poder son tan incólumes como los témpanos sempiternos; en su alcázar de cristal, donde cien hadas le atienden profusamente, pero sin sonreirle, siquiera una vez; no había nada que le conmoviese el corazón. Solo en sus habitaciones, cuando se hallaba recostada en su lecho de piel de mastodonte blanco, los muebles de márfil, sus trajes negros, rojos y dorados, la reina Ihzé podía abandonarse a su máximo deleite. Ahí, escondido entre las inmaculadas pieles que los osos blancos mudan cada año, la meláncolica soberana guardaba sus mayores regalos... Un día, lejano ya, uno de los duend

Las flores violetas (1)

El sátiro Bdelieros odiaba el brillo suave y sosegado del sol al amanecer, detestaba el jolgorio vivaz de las aves en la mañana, no soportaba los jugueteos de los ciervos al mediodía, ni se conmovía ante la belleza de las rosas, ni gustaba de escuchar la flauta de Pan, ni del canto de las sirenas, no era contagiado por la alegría que lo rodeaba, y nadie lo había visto nunca suspirar o sonreír. Por lo único que Bdelieros salía de la cueva que le servía de vivienda, era para recolectar flores, y no para usarlas para alguna clase de adorno, sino que le gustaba guisar el conejo con flores de todos los colores, aunque había notado que siempre tenía mejor sabor con las que eran de color violeta. Bdelieros iba directo a un paraje floral siempre repleto, aunque estaba alejado de su cueva. En el trayecto no hablaba con nadie, ni se detenía a contemplar nada. El campo de flores estaba en un valle cercano a los Montes Blancos, y el contraste de ese caleidoscopio de colores con el fondo frío

Israfel

-¿A qué huelen las rosas azules? Dijo un pequeño gnomo con ropa azul y ojos claros y despiertos de curiosidad. Se hallaba sentado, apretujado en el atestado Árbol Gigante, cuyo tronco hueco servía de auditorio, entre una multitud de gnomos de todas las edades, los cuales estaban observando al pequeño insolente que se había atrevido a interrumpir al Narrador. Entonces esos mismo indignados oyentes giraron su vista hacia la pequeña tarima natural frente a ellos y al personaje angelical parado en medio de ésta, quien tenía su mirada beatífica puesta en el pequeño y curioso gnomo... El Ángel Israfel, uno de los siete arcángeles de la corte celestial, era asiduo visitante del Bosque de los Árboles Gigantes, con sus palacetes de madera, literalmente tallados en los tronco voluminosos y conectados entre sí por puentes colgantes que aparentaban ser muy frágiles pero que, en realidad, eran muy resistentes. El Ángel Israfel se quedaba ahí durante semanas, casi siempre para meditar,